Una vez escuché que la tierra donde trabajo la parieron mineros y siderúrgicos. Como señala Rafa Cofiño, contemporáneo, escritor, miope comprometido en ampliarnos la mirada y sin embargo amigo, de esos que hacen más agradable la vida alrededor, un determinante esencial de salud es el código postal. Ayuda a entender y actuar
. Su empeño por avivar la participación comunitaria, ubicar la salud en todas las políticas, destacar la importancia de las lecturas que no hicimos en nuestro desarrollo o visualizar lo que tenemos delante y no reconocemos, tiene mucho de picar carbón directamente de las entrañas, donde la dureza de la tarea vendría representada por determinados gestores particularmente estólidos. En ocasiones hemos debatido, dos médicos de familia fuera de una consulta de Atención Primaria. No pierdo la esperanza de imponerme alguna noche en un duelo de terquedades, porque la centralidad en la persona que promueven los cuidados paliativos y programas tipo ciudades compasivas están muy próximos al espíritu de sociedad que él defiende. O puede que hablemos de lo mismo con distintas palabras.
En su documentado libro acerca de la villa, José Antonio Vega Álvarez relata como el sonido del “turullu” de la Fábrica Mieres anunciaba la hora del trabajo, marcaba el ritmo de un tiempo perdido que el autor pone en relación también con la desaparición de determinados valores, los cuales ayudaron a dibujar el perfil de esta cuenca: solidaridad, compromiso, ayuda. Creo que se equivoca. Casi el ochenta por ciento de los pacientes que atendemos fallecen en su domicilio. Un porcentaje así refleja aún una cierta cultura de morir en casa y habla más y mejor de las familias que conocemos que de nuestra labor como equipo de apoyo. Hemos tenido la fortuna de asistir a verdaderas lecciones de cuidados, a veces con muy pocos medios, sin apenas tiempo, enfrentando dificultades que parecían insalvables, donde las carencias se suplían con iniciativa, cariño y una inquebrantable voluntad de estar, cerca, de respetar el deseo del ser querido. La gratificación de sentirse capaces de acometer tareas impensables meses atrás, de crear espacios, de acompañar. Potentes redes de sostén puestas en funcionamiento. Auténticos ejemplos de vida. La riqueza de semejante caudal humano invita a reflexionar acerca de si aquello tan manido por los políticos del cambio de paradigma, que a veces suena a física cuántica, no estará ocurriendo ya sin que lo sepan. Si el “turullu” no nos seguirá llamando.
Me permitirán el inciso. En estos días se marchan dos buenos amigos durante tres meses y uno se sorprende dando consejos preocupados, mirad antes de cruzar, abrigaos. Acabo de cumplir cuarenta y cinco años cada vez más parecido a mi madre, una mujer que hoy hace cuatro décadas perdió a un hijo y ha vivido desde entonces con temor a muchas cosas. Algunas bastante concretas. Pienso que hay que ser muy valiente para vivir con miedo tanto tiempo, salir adelante sin que el dolor te paralice y sea lo único. Siempre me dice que ya me acordaré de ella cuando falte pero he llegado a un momento del camino donde no necesito que se muera para entenderla, o al menos para intentar acercarme. Para explicar cuánto me conmueve verlos agachados bajo la lluvia que nos empapa mientras preparan unas flores, apenas un gesto, mínimo, silencioso y lleno de ternura como todo lo imprescindible. Mi padre me regaló la emoción, aunque esa es otra historia. Mi madre me enseñó a seguir caminando. Decir lo que importa, que diría el doctor Byock.
Ricardo F. Cuadra, Equipo de Apoyo Cuidados Paliativos Mieres, Asturias
Hablando de morir en casa….auténticos ejemplos de vida. Me encanta lo que dices Ricardo
Morir en casa no es fácil, cuidar a tu padre, tu esposa, tu hijo moribundo es una labor de titanes.
Yo me pongo en el lugar de ellos, me echo a temblar, y me emociono.
Personas que en situaciones normales se marean ante la posibilidad de una analítica, que en su vida han cogido una jeringa y llegado el momento son capaces de manejar dosis de morfina, de midazolam, con los conocimientos básicos que nosotros o el equipo de paliativos les ha enseñado , sin técnica, con manos temblorosas pero con tanto amor, tanta compasión, que estoy convencida que esas dosis triplican su eficacia.
Asear el cuerpo de tu padre o de tu madre, limpiarles la boca, el sudor, vivir su agonía, sus estertores, sus pausas de apnea y aguantar y no quebrarse es un acto heroico.
Ver a un nieto manejar el cuerpo de su abuela como si se tratara de la más delicada porcelana… es un honor.