Hace tiempo escuché a una popular periodista decir en su programa de televisión, que hablar de enfermedades y de muerte “era algo de muy mal gusto” y lo decía con absoluta frivolidad como si la enfermedad o la muerte fueran un objeto banal pasado de moda, imagino que excepto cuando se le puede sacar rentabilidad y aumentar las audiencias.
Este hecho no es más que un reflejo de nuestro mundo , en el que es tal el rechazo y la fobia hacia todo lo que tenga que ver con la muerte que llega al extremo de no tolerar a las personas que sufren la pérdida de un ser querido. Huimos de las manifestaciones de tristeza, de los dolientes que muchas veces ocultan su pesar como si fuera un hecho vergonzante. O en el peor de los casos recurrimos a frases bienintencionadas que no hacen más que acentuar su dolor y confrontarles con su pérdida. Nada más hiriente que “la vida continua” cuando para ti el mundo se ha paralizado o “tienes que sobreponerte” cuando te duele hasta respirar.
Recientemente una de mis pacientes, ha perdido a su madre a la que ha cuidado amorosamente toda su vida, me decía angustiada “lo peor es la gente doctora, no sabe el daño que me hacen, así que me quedo sola en casa a llorar mi pena”.
El escritor C.S. Lewis relataba esta misma situación después de perder a su esposa
“ Un extraño subproducto de mi pérdida, es que me doy cuenta de que resulto un estorbo para todo el mundo…veo que la gente, en el momento en que se me acerca, está dudando para sus adentros si “decirme algo sobre lo mío” o no…me pregunto si los afligidos no tendrían que ser confinados, como los leprosos, a reductos especiales.”
Y es que no estamos preparados, no sabemos qué hacer ante nuestro propio dolor ni ante el ajeno. Probablemente la clave está en aceptar que ante el misterio de la muerte, ante la grandeza del dolor de una pérdida, las palabras y los actos sobran, solo la emoción, el silencio y el amor están a la altura.
Jorge Bucay escribe sobre las pérdidas y el duelo en su libro “ El camino de las lágrimas” cuyo título no puede ser más ilustrativo. Uno de los capítulos se centra en cómo ayudar en el duelo, ayudar al otro a recorrer este camino con respeto, escucha comprensiva, con “estar presente” y sobre todo sin interrumpir la expresión del dolor del que sufre. Dejar que el llanto discurra, pues lágrima a lágrima se van liberando el dolor y la tristeza.
En este capítulo Bucay expone una carta en la que una mujer en pleno duelo escribe a su mejor amiga sobre lo que de verdad necesita de ella. Unas palabras que solo pueden haber sido escritas desde el dolor y desde la confianza que da el sentirse amado incondicionalmente
CARTA A MI MEJOR AMIGA
Por favor, quiero que sepas que yo necesito que me sostengas.
Aunque no te lo diga y aunque a veces te diga que no.
Puede que por el momento no sea capaz de pedirte ayuda porque estoy bastante aturdida, pero siempre preciso saber que estás ahí.
Debes saber que yo no necesito que me hagas sentir bien ni que hagas que desaparezca mi pena. En este momento nadie puede.
Lo que necesito es que me ayudes a calmarme, que aceptes mi dolor y que seas tan sabía como para soportar tu impotencia cuando no te dejo ayudarme.
Si no quieres llamarme porque no soportas tu dolor o no quieres aguantar el mío, dímelo. Yo lo voy a entender mejor que si pusieras excusas de todo tipo.
Espero que puedas entender mis enojos y perdonar mis exabruptos.
No eres tú ni los demás los que me enojan. Es saber que he perdido para siempre a quien más quería.
… Cuando me encuentres llorando trata de sentarte a mi lado y déjame llorar al lado tuyo, ese será un gran consuelo .
No trates de conformarme comparando mi perdida con otras peores. Mi pena es mía e intransferible.
No me digas que lo que sucedió fue “porque Dios lo quiso” . Oír esto no me consuela en este momento y solo agrega confusión espiritual y desolación a lo que siento.
No me digas que “fue lo mejor que podía pasar” porque sé que no es verdad.
No me digas ” me imagino cómo te sientes”. Nadie puede. En todo caso, por favor, pregúntame como me siento hoy y yo trataré de contarte.
No me pidas ” que deje esto atrás, que olvide y que siga adelante con mi vida”. Esta es mi vida.
Necesito hacer el duelo, sabes
Necesito ser yo , y necesito no olvidar
Quiero solo encontrar una manera de recordar en paz.
Te pido que me abraces , que me toques el pelo y que digas que cuento contigo, que puedes cuidarme y que quieres acompañarme en este camino.
El camino de las lágrimas tan árido y fantasmal.
Finalmente , amiga querida, te ruego que aceptes mi duelo sin interferir y que admitas mi sufrimiento sin resistencias.
Yo siempre recordaré el amor sanador que me ofreciste.
El acompañar “centrado en el doliente”, en sus necesidades, saber sostener el dolor ajeno, aceptar sus lágrimas, sus enojos y frustraciones. Aceptar su manera de aceptar la pérdida. Asumir que no siempre somos bienvenidos, dejarle sus espacios, su tiempo.
No es tarea sencilla, no es fácil estar a la altura porque se entremezclan nuestros propios sentimientos de tristeza, de pérdida , nuestra necesidad de sentirnos reconfortados, nuestro propio duelo.
Quizás compartir las lágrimas sea lo mejor que podamos hacer por aquellos a quienes amamos, porque la única manera de llegar al final de este camino es a través de ellas.
María Luisa Díez, Médico de Familia, Centro de Salud Cervantes, Guadalajara