Desde hace un año y medio disfruto de dos horas semanales, como voluntario de la AECC, en la Unidad de Cuidados Paliativos del Hospital de Sant Pau. Una experiencia muy entrañable.
Recuerdo aquel primer día cuando me sentí impresionado muy positivamente por el trato delicado que el personal sanitario y de servicios dispensaba a los pacientes. Un trato excelente. La mayoría de los enfermos lo corroboran.
Durante este periodo he estado 1, 5, 10, 20, 30 o más minutos con muchos enfermos.
He estado un minuto con aquellos pacientes que, dada su situación, no era conveniente, no podía aportar nada, no era procedente mi presencia.
He estado cinco o diez minutos con enfermos que, a raíz de la complejidad de la realidad, he pensado que podía intentar aportar, con un respeto total, un soplo de aire diferente a la rutina de las largas horas del día, procurando escuchar (porque es bueno que verbalicen sus dudas, sus inquietudes, sus angustias) e intentar romper esa monotonía diaria con algún comentario sobre el Barça (el fútbol, en muchas ocasiones, da para mucho), el tiempo, la buena atención recibida, la buena suerte de poder disponer de una espaciosa habitación, de los hijos, de los nietos (éstos son los que dan luz al rostro de sus abuelos), la tele, etc.; con la finalidad de que, por unos instantes, desconecten de su ”sufrimiento”; que no de su dolor.
Y he estado 20, 30 o más minutos, cuando paciente y/o familiares se prestan, piden, agradecen, o les va bien hablar de cualquier tema con la finalidad de pasar el tiempo distraídos con una persona que no conocen de nada y que ha venido a saludarles y a interesarse por ellos.
Para el enfermo y para los familiares es, casi siempre, interesante, importante, agradable, curioso, gratificante, … que los voluntarios pasen, cada día, a saludarles. Tienen la posibilidad de compartir esa delicada situación que viven con personas que no son ni médicos, ni enfermeros/as, ni personal de servicios, ni familiares, ni amigos y que aportan pequeñas dosis de frescor a un ambiente muy delicado. Agradecen ser visitados, ser escuchados. Se “sienten” bien. Muy agradecidos. Y este sentimiento de agradecimiento es muy beneficioso para todos, pues de él emanan grandes sensaciones de paz, armonía y bienestar personal, que repercuten mucho en la calidad de vida de la persona; muy importante en esa decisiva etapa.
He observado, también, que la aceptación (nada fácil) de su estado de salud y la confianza en el equipo médico y en la medicina son determinantes para que el enfermo viva su realidad con mayor serenidad y sosiego.
Se viven situaciones muy especiales; siempre, por supuesto, desde un respeto total a cada realidad. Algunas con gran carga emocional. Otras con sorprendente y fina elegancia ante esos últimos días. Algunas con los enfermos; otras con los familiares. Vivencias que me aportan una enorme carga de energía positiva, vivencias que me enriquecen mucho y hacen que me sienta muy afortunado. Que un paciente de 40, 60 u 89 años, con sus fuerzas exhaustas, te intente apretar la mano o esboce una sonrisa cuando te despides, eso, eso es un regalo inmenso. Que un familiar te dé un abrazo y con la voz entrecortada y con lágrimas en los ojos te agradezca haberle escuchado, eso, eso no tiene precio.
Francisco Javier Orteu Camp, voluntario AECC.