Masaccio, uno de los padres del Renacimiento Italiano, nos enseña dos principios clave de los cuidados paliativos con este cuadro titulado “San Pedro cura a los enfermos con su sombra”. Se trata de una escena de los Hechos e los Apóstoles en la que Masaccio utiliza el tema religioso para introducir sus conceptos de un nuevo humanismo. Si miramos
al contexto histórico en que esta obra vio la luz y al significado de algunos particulares podemos acercarnos a una manera de ver el ser humano que encaja perfectamente con la filosofía de los cuidados paliativos.
Empezamos por indagar el papel de San Pedro: un sanador herido. Una persona que ha traicionado, ha sido llamada “satanás” y ha conseguido reconocer sus debilidades, sus heridas, sus sombras (quedándonos en la representación de la que hablamos) y a través de estas puede curar a los que lo necesiten. La curación en este caso viene de la sombra. Todos cuidamos desde nuestras heridas y debemos saber reconocerlas, ser conscientes de ellas. El modelo del “sanador herido” introducido por Henri Nouwen (y anteriormente por Carl Jung) se ha utilizado desde el grupo de espiritualidad de la SECPAL como paradigma del acompañamiento espiritual a personas con enfermedad avanzada. Este modelo se centra en compartir la misma condición humana frágil y vulnerable. Con palabras del mismo Nouwen y del grupo de espiritualidad de la SECPAL: ““La hospitalidad es la virtud que nos permite romper la estrechez de nuestros miedos y abrir nuestras casas al extraño, con la intuición de que la salvación nos llega en forma de un viajero cansado” […] “¿Qué exige la hospitalidad para convertirse en poder curativo? En primer lugar que el que hospeda se sienta en su propia casa” (es decir que se encuentre bien consigo mismo, sin miedo, en paz) “y, en segundo lugar, que cree un lugar libre y sin miedo para el visitante inesperado” (un espacio de serenidad y confianza donde el otro pueda sanar, una posada donde reponerse de las heridas). Uno de los aspectos fundamentales del cuidado en general y que se hacen indispensables en la atención paliativa es reconocer, acoger y saber acompañar el sufrimiento. Y para saber hacer esto no nos tenemos que esconder porque en el mismo lugar donde nace el sufrimiento nacen los recursos para afrontarlo. Tanto para los médicos como para los pacientes. Estoy seguro que esta visión del “cuidar”, que es fundamental en cuidados paliativos, no está limitada sólo a la atención a pacientes en la etapa final de la vida. Todos sufrimos y las razones del sufrimiento tienen la misma importancia para cada persona. Si pasamos la vida mirándonos el ombligo sólo veremos y viviremos nuestro malestar, seremos nuestros síntomas. En cambio, si nos abrimos a los demás probablemente conseguiremos dar un sentido a nuestro sufrimiento o por lo menos darle una vuelta y acoger a personas que comparten nuestra misma humanidad. El proyecto de ciudades compasivas, del que hablaremos próximamente, es un ejemplo de cómo poner en práctica esta filosofía de vida. De este modo, es posible que el mensaje de los cuidados paliativos pueda contagiar al resto de la medicina y, porque no, transmitirse a la Sociedad entera.
En la obra de Masaccio no hay solo “sombras que cuidan”, sino que por primera vez se introduce un nuevo concepto de la dignidad humana. Los enfermos no se representan de forma grotesca como se solía hacer en el gótico internacional. Los enfermos están en el mismo plano de San Pedro y no son caricaturas. En este aspecto, volviendo a lo nuestro, podemos reconocer la simetría de la relación entre enfermo y profesional sanitario que se persigue en los cuidados paliativos. Una vez reconozcamos esta simetría prestaremos más atención a aspectos que pueden ser fundamentales para el paciente y su familia en el final de la vida y que no se pueden predecir con pruebas de imagen o analíticas. Sin embargo, la repercusión de la atención a estos aspectos modifica profundamente la experiencia de los enfermos y de sus familiares y puede ayudar a mejorar la calidad de la asistencia haciéndola más apropiada y eficiente. El final de la vida es un paso crucial y al mismo tiempo es un reto para los sistemas de salud, un impulso para hacer frente a las razones profundas de la medicina y a sus limitaciones.
La vulnerabilidad y la dependencia impuestas por la enfermedad han socavado los cimientos del sentido de la dignidad del paciente, de su capacidad de sentirse “dignus”, merecedor de respeto y consideración. En las últimas décadas, se han producido avances significativos desde el punto de vista de la atención dedicada a la preservación de una de las dimensiones más importantes del ser humano y se ha desarrollado un nuevo enfoque terapéutico, la “terapia de la dignidad”, cuyo objetivo es mejorar la experiencia del final de la vida, ayudando al paciente (y a su familia) a preservar la identidad personal y afirmar sus propios valores en esta etapa. El autor de este método es el psiquiatra canadiense Harvey Max Chochinov, director de la Manitoba Palliative Care Research Unit, del que hablaremos en el próximo journal club.
Bibliografía