Reseña bibliográfica
Paul Ricoeur. “Vivo hasta la muerte: seguido de fragmentos”. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2008. ISBN: 978-950-557-761-3
El pensamiento de Paul Ricoeur: 27.02.1913 – Valence (Francia), 20.05.2005 – París (Francia).
Filósofo, maestro y pensador. Desarrolla un diálogo crítico y creativo entre las herencias filosóficas de las tradiciones judeocristiana y griega, siempre a la luz del pensamiento contemporáneo; desde la hermenéutica (Heidegger) y la fenomenología (Husserl), hasta el psicoanálisis (Freud) y el estructuralismo (Saussere y Lévi-Strauss)[i]. Su pensamiento tiene como núcleo fundamental la preocupación por la comprensión del ser humano, en tanto ser que se halla permanentemente a la búsqueda del sentido[ii]. Una comprensión del hombre (hermenéutica del sí-mismo, le llama Ricoeur) que escape a la alternativa de la exaltación del Cogito, ejemplificado en la posición de Descartes, y su humillación, manifestado en la perspicaz crítica de Nietzsche[iii]. Según Ricoeur las instancias negativas de la existencia quedarían, si bien nunca abolidas ni superadas, sí permanentemente enfrentadas por una fuerza afirmativa que se nutre de los recursos secretamente guardados por el lenguaje, la acción y la vida misma1. Así, en los festejos de su 90 cumpleaños preparó unas líneas que terminaban: “por un lado está la relación con la mortalidad, que queda siempre por aprender. Por otro lado, está la simple dicha de estar todavía con vida y, más que todo, el amor a la vida, compartido con los que yo amo, tanto tiempo como ella me sea dada. La vida, ¿no es ella el don inaugural?”.
La lectura del libro:
Coincido con Ricoeur en la separación entre el tiempo de la escritura, que pertenece al tiempo mortal de una vida singular, y el tiempo de publicación, que inaugura el tiempo de la obra en una perdurabilidad ignorante de la muerte. Sin embargo, yo añadiría un tercer tiempo, el de mi estantería, el que separa la adquisición del libro y, con suerte, su lectura. Es así como se me aparecen los libros en casa, con vida propia. “Vivo hasta la muerte”, quizá por la paliativa familiaridad de su reclamo (recuérdese la célebre frase de C.Saunders[iv]), reivindicó urgente su lectura.
Se trata de una breve publicación póstuma de escritos, notas y reflexiones que Ricoeur guardó en una carpeta, recogidos por su amiga, ahora conservadora del Fondo Ricoeur, Catherine Goldenstein, y que tuvieron su causa inmediata en la enfermedad y muerte de su esposa, Simone, en 1998 así como en la experiencia de los cuidados paliativos domiciliarios que recibió.
En una exposición entre fenomenológica y estructuralista, Ricoeur encuentra tres significaciones para la muerte definidas como configuraciones imaginarias, a saber,
- la obsesión del antefuturo, donde se pregunta sobre ¿qué clase de seres son los muertos?, es decir, una pregunta de vivos, sobre la imagen del muerto de mañana, de ese muerto que seré para los sobrevivientes. Algo de todo eso conoce la sabiduría popular cuando implacable una inscripción en lo alto del marco de la entrada a un cementerio colindante al camino de Santiago me apeló “Yo que fui lo que tu eres, tu serás lo que yo soy”. Durante un rato mis pasos se tornaron pensativos…
- la segunda de las figuras de lo imaginario se refieren a la mirada sobre el agonizante o moribundo. Ricoeur, tras deliberar con paliativistas concluye que el moribundo no se percibe como tal, y tiene mayoritariamente en su pensamiento la movilización de los recursos más profundos de la vida para seguir afirmándose; habla del surgimiento de lo Esencial, de quien vive todavía, una esencialidad que entiende como transcultural, transconfesional y transreligiosa. La mirada de lo esencial para él es la mirada de la compasión, y no la del espectador que prevé ya al muerto; así, afirma que un morir sin compañía hace indiscernible al moribundo de la muerte misma convertida en personaje. Se me hace irresistible recordar aquí a Cassell y su idea de persona, enfermedad y sufrimiento que apunta de modo sintético cuando afirma que “la etapa crucial para aliviar el sufrimiento es comenzar el camino de conocer a los pacientes como personas”[v]. Concluye Ricoeur que dicho acompañamiento marca la fusión en la hermenéutica de la medicina de cuidados paliativos, entre la comprensión y la amistad. La comprensión dirigida hacia el vivir finalizante y su recurso a lo esencial. La amistad que ayuda no sólo al agonizante sino a la comprensión misma.
- al hilo de lo anterior, la tercera configuración, esta vez prosopopéyica, la muerte como personaje activo, que Ricoeur ubica en las grandes epidemias y en los campos de concentración, allí donde los muertos ya muertos y los moribundos que van a estar muertos se tornan indistintos, masa indistinta. Si el modelo del horror es el exterminio, para conjurar el horror ordinario habría que pasar, entonces, por el trabajo de memoria y el trabajo de duelo cumplidos por quienes volvieron de la muerte por exterminio, del horror extraordinario. Así, la escritura[vi],[vii],[viii] fue trabajo de ascesis, una manera de desprenderse de sí comprometiéndose; convirtiéndose en sí mismo por haber reconocido, traído al mundo al otro que siempre es uno. Tal el nudo: trabajo de memoria es trabajo de duelo. Y uno y otro son palabra de esperanza, arrancada a lo no dicho.
Nos habla a continuación del desapego, de ese salir del apego a sí porque la superviviencia son los otros; renuncia a las proyecciones imaginarias del sí identitario tras la muerte propia. El surgimiento de lo y para lo esencial empuja hacia la dimensión ética del desapego, la transferencia al otro del amor por la vida. Para Ricoeur la justificación de la existencia, el haber sido, remite a la memoria de Dios, y es en Jesús donde se conjuga el desapego de sí, por obediencia a la misión, y el traslado a los otros. Morir en beneficio de.
Concluiré con palabras del propio Ricoeur que a mi entender condensan su idea del hombre como ser relacional y dialéctico, que se enfrenta a su muerte desde lo esencial. A propósito del nacimiento (y de la muerte, también) decía “son los seres cercanos esas personas que cuentan para nosotros y para quienes nosotros contamos”, y en 1941, desde un campo de prisioneros en Alemania, enfrascado en su trabajo de tesis escribía “yo recibo la vida por el medio de los otros seres, por el amor y la amistad, por los encuentros”. De forma poética, sintiendo cercana su muerte, escribió a Marie Geoffroy, su alumna en 1933 y después amiga, también gravemente enferma, las siguientes palabras:
Querida Marie,
A la hora de la declinación, se eleva
la palabra resurrección. Más allá de los
episodios milagrosos. Desde el fondo de la vida,
surge un poder, que dice que el ser es
ser contra la muerte.
Créalo conmigo.
Su amigo.
Paul R.
Bibliografia (seleccionada) de Paul Ricoeur:
- Finitud y culpabilidad
- La metáfora viva
- Lo voluntario y lo involuntario
- Sí mismo como otro
- La memoria, la historia, el olvido
Ernest Güell, Unidad Cuidados Paliativos Hospital de la Santa Creu i Sant Pau, Barcelona
[i] http://ensemble.educ.ar/?p=1042
[ii] Cecilia Avelina. Introducción al pensamiento de Paul Ricoeur. Thémata. Revista de filosofía. 1998;19:219-223. [iii] Casarotti Eduardo. http://www.chasque.net/frontpage/relacion/9905/filosofos_de_hoy.htm#Serie [iv] Saunders C. Cuidados de la enfermedad maligna terminal. Ed. Salvat (1980). ISBN: 978-84-345-1832-2. [v] Cassell EJ. Diagnosing suffering: a perspective. Ann Intern Med. 1999;131:531-4. [vi] Semprún Jorge. La escritura o la vida. Ed. Tusquets (1997). ISBN: 978-84-831-0518-4. [vii] Levi Primo. Si esto es un hombre. Ed. El Aleph (1999). ISBN: 978-84-766-9400-8 [viii] Victor Frankl. El hombre en busca de sentido. Ed Herder (2011). 978-84-254-2387-1 |